Friday, October 13, 2017

Paseo matutino (Cibernéticos - 5)


Las calles estaban mojadas por la niebla y quiso ser una turista más. Por unos minutos fantaseó: llegar a un hotel, tomar un cóctel, encontrar un amante.
Se adentró por el laberinto estrecho de la ciudad vieja y llamó a la puerta indicada. Un hombre con el torso desnudo la recibió. Estaba rodeado de perros.
—Disculpa —dijo—, me he quedado dormido. Tengo que sacar a los perros. Si me acompañas, de vuelta te llevo.
Había trece.
—¿Tienes trece perros? —dijo Sara, por sacar algo de conversación y normalizar.
No sabía ser parca. No estaba en su carácter. Mal (ya lo avisó un profesor a sus padres, cuando era niña. Mal. Tanta empatía, no le traería más que problemas). Y ya puestos a complicarse la vida, ahora tenía una asignación de espía.
Ella no era espía, pero tenía esta asignación. De modo que no tenía que comportarse como una espía. Todos los contactos hasta el momento, además, habían sido bastante hécticos de personalidad. Tampoco sabía si eran espías o, como ella, tenían una asignación y nada más.
El tipo se abrochaba los botones de una camisa azul turquesa y miró a su alrededor, como sin saber cuantos perros había y los contara ahora. Dijo:
—No son míos.
Le dio cinco correas con los animales correspondientes, abrió la puerta y salieron todos. Eran bestias grandes y tenían prisa.

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